Algo bastante habitual en terapia, que en algún momento u otro aparece, es el poco amor propio que uno siente por sí mismo. Forma parte del proceso terapéutico (re)construir ese amor hacia uno mismo. Al menos, fundar unas bases que permitan a la persona desarrollar y fortalecer a lo largo de su vida ese amor propio. Ese es a mi entender un asunto y proceso vitales.
Para compensar esa falta de amor propio, es muy común buscarlo fuera de nosotros. Perseguimos que otros nos quieran o buscamos un reconocimiento externo, amor o reconocimiento que en ningún caso nos damos.
Siento fascinación por esta tendencia psíquica que compartimos los humanos de ir fuera de nosotros a buscar lo que somos incapaces de darnos.
Nos esforzamos por buscar amor, caer bien a los otros o intentamos destacar con logros, por ejemplo laborales.
Así, la medida de nuestro valor acaba pasando por el que nos puedan otorgar otros.
Un caso paradigmático de esta inercia somos las mujeres. Para empezar nos validamos estéticamente. Es una obviedad decir que nuestra sociedad se fundamenta mucho en la imagen, en la apariencia, en lo estético. También compartimos unos cánones sobre lo que es hermoso o bello. Cánones que cambian con el paso del tiempo.
Desde hace unos años, el “modelo estándar” de mujer es el de la talla 38. Muchas mujeres de todas las edades sufren por no cumplir con ese modelo. Nos lo creemos, en lugar de cuestionarlos. A veces que se rían de nosotras, ha ayudado o ha empeorado las cosas.
Para muchas, ya hace unas semanas que empezó la famosa “operación biquini“, la finalidad de la cual parece ser que es lucir tipazo, en la playa o la piscina. A medida que nos hacemos mayores, además, nos damos cuenta que desaparecemos del “mercado”. Las arrugas no venden, no tienen valor.
Así, aceptamos vivir encorsetadas, más pendientes de nuestros gramos y arrugas que de preguntarnos si queremos realmente aceptar ese modelo y la consiguiente valoración que conlleva: una visión y un valor que pasan por lo estético, la fachada, no por nuestras cualidades.
Desde hace un tiempo, los hombres también empiezan a vivir y sufrir los efectos de lo estético. De ahí que se hayan inventado palabras como “metrosexual“. Sin embargo, en esta ocasión, sólo quiero centrarme en el “valor de la mujer”.
No me parece que haya acabado nuestra revolución. No sólo porque utilizamos lo estético para autoevaluarnos sino porque todavía nos colocamos en el lugar del objeto sexual.
Muchas mujeres han narrado su búsqueda de amor hacia fuera como un intercambio en lo sexual. Buscando un poco de amor ¿a qué hemos accedido? Muchas hablan en términos de humillación, maltrato y falta de respeto… propios: lo doloroso es darse cuenta que una ha accedido a eso. A veces, con consecuencias muy desagradables: enfermedades sexuales, hijos no deseados, abortos.
La auténtica revolución es decidirnos a no dar valor ni perder nuestro precioso tiempo, peleándonos con nuestros kilos, arrugas o intercambiando sexo por un poquito de amor, y dedicarnos a descubrir, creernos, entregar y ofrecer nuestros talentos y cualidades.
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