En estas semanas previas a las fiestas navideñas, me he cruzado con artículos compartidos en redes sociales que ofrecen recomendaciones para sobrevivir a las Navidades. La palabra sobrevivir me impacta.
Los antropólogos saben hace tiempo que los humanos tenemos la manía, de vez en cuando, de juntarnos con alguna excusa y hacer una celebración. Es un alto en el camino, un salirse de lo habitual. A veces el tema gira en torno a la muerte o a la vida, otras trata sobre lo divino o lo inexplicable, quizás en el caos o en saltarse el orden establecido, o propone una manera de canalizar la agresividad o posibles conflictos intergrupales.
Aunque sea un alto en el camino para salirse de lo habitual, también lo ceremonial y lo ritual tienen su orden y pautamiento.
Si a alguno de nosotros se nos ocurriera anunciar que este año no vamos a participar en las celebraciones navideñas, ¿qué crees que ocurriría? ¿Cuál sería el efecto?
Probablemente eso llamado presión social o grupal.
¿Y si no sólo lo anunciáramos y lo cumpliéramos…?
Aunque hay muchas personas a quienes estos días les gustan, hay muchas otras a las que no. Algunas personas me comentan que se sienten forzados a gastarse un dinero que no tienen haciendo regalos, ofreciendo comidas exquisitas y caras y que vendrá tal o cual persona con la que… y ése es el auténtico espejo que nos ponen delante celebraciones de este tipo: no sólo tirar la casa por la ventana, sino sentarnos alrededor de una mesa con un variopinto grupo humano y… no todos ellos nos agradan. El suegro gruñón, la cuñada verborreica, la prima ingenua, el sobrino antisistema y anticapitalista, el hijo pródigo, la abuela quejumbrosa, el hermano exitoso, la tía ultraconservadora, el nieto de izquierdas, etc.
Lo que nos pone delante son asuntos no resueltos, quizás rencillas o envidias, listas de agravios, conflictos antiguos, lo no expresado. Temas pendientes. Nos sentamos a la mesa con todo eso.
Lo que nos pone delante la Navidad es que nos callamos, disimulamos, miramos para otro lado, soportamos, aguantamos, mantenemos el status quo… mientras esperamos que los otros hagan o cambien como a nosotros nos gustaría por arte de magia. Nos muestra que los otros tienen vida propia, deseos, ideas probablemente no sólo diferentes a las nuestras, sino completamente opuestas. Y que no están a nuestra disposición.
Hay un dicho chino que dice algo así como: “Antes de ir a cambiar el mundo, date al menos tres vueltas por tu casa“.