Al identificarnos con algunas cualidades y contarnos como somos, yo soy así o asá, a la vez estamos también contándonos lo que no somos. Mejor dicho: lo que no deberíamos ser. Sin embargo, a veces nos sorprendemos haciendo cosas que nos hacen caer la cara de vergüenza o de las que nos arrepentimos. Muy a menudo, los pacientes me expresan alguna acción que han llevado a cabo, y dicen “no entiendo por qué he hecho esto, si yo no soy así“. Les pregunto “¿Y si también fueras eso?“. “No, no puede ser. Me niego“.
A esos aspectos que no nos permitimos ser, les llamo el lado oscuro.
Son los negados y rechazados, los más turbios o sensaciones desagradables que evitamos a toda costa. Están debajo del iceberg.
Somos víctimas de un pensamiento dualista moralizante: o bueno o malo. Este estilo de pensamiento nos fuerza a decantarnos por algo y a rechazar su opuesto. Es un poco como los personajes de Dr.Jeckyll y Mr.Hyde. El doctor es la persona respetable, educada, lo que uno muestra hacia fuera. Mr Hyde juega su opuesto.
Ejemplos de aspectos y sensaciones que nos resultan desagradables o detestables, podrían ser sentir envidia, cometer alguna acción expresamente sabiendo que vamos a dañar a otro, sentir lo doloroso, sentir odio por alguien que supuestamente deberíamos querer. Intentamos maquillar o esconder el miedo, la tristeza, la angustia, la vergüenza, la culpa… Nos preocupa que se note, que los otros lo vean. Paradójicamente, cuanto más los evitamos, más presentes parecen estar. Que hagamos ver que no están, no quiere decir que desaparezcan. Más bien, actúan desde la clandestinidad.
El camino pasa por reconocer estos aspectos menos agradables de nosotros. Os voy a poner un par de ejemplos personales. Yo tenía a la tristeza exiliada. Era persona non grata. Pero eso no la hizo desaparecer. Poco a poco fui entrando en una melancolía profunda. No sabía qué hacer con ella. En parte fue lo que me llevó a buscar ayuda. En mi caso, permitir la presencia de la tristeza, darle su espacio (¿acaso no tengo motivos para estar triste a veces?) me llevó poco a poco a sentir que me libraba de un peso. También la tristeza me ha permitido ser menos dura conmigo. Además, relacionaba la tristeza con ser débil. Un gran juicio. Y una cosa es la debilidad y la otra la vulnerabilidad.
La rabia era otra non grata. Tenía un juicio muy fuerte sobre la rabia. Algo así como que si me dejaba llevar por ella, iba a destrozar a la persona que me la había desencadenado. Además, consideraba que no estaba bien enfadarse. Así que la contenía. Pero tampoco desaparecía. Durante muchos años tuve frecuentes dolores de barriga y otras molestias musculares. Poco a poco, a través del trabajo terapéutico, también fui dándole su espacio. Le quité la parte pesada de juicio, al darme cuenta que a veces tenía motivos para enfadarme y que además tenía derecho a expresar esos motivos.
Así que vale la pena reconocer estos aspectos que forman también parte de nuestra especie sobretodo porque cuando se hace, no son tan feroces como parecían al principio.
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