Un tema delicado el de hoy. Según Save the children, en el 2015 hubo casi 4.000 denuncias por abuso sexual a niños. Según Echeburúa y Corral (pie de página) puede afectar a un 15 o 20% de la población. Y las que se deben quedar en el más absoluto silencio.
Conozco el tema en primera persona. Viví una única y puntual vivencia de abuso en mi pubertad, cuando contaba con 11 años, por parte de un conocido unos 6 años mayor que yo. El impacto que tuvo en mi esta vivencia fue de dominó. Pasé la adolescencia instalada en un búnker insondable. No sólo eso, que fue la reacción, sinó que además a partir de allí, me sentí muy patosa en las relaciones interpersonales, he tenido tendencia al aislamiento, a la ansiedad, baja autoestima, desconfianza y miedo generalizado (especialmente hacia los hombres), dificultad para expresar y/o recibir sentimientos de ternura e intimidad, y una especie de tensión corporal permanente. Recuerdo habituales dolores de barriga, cervicales cargadas, etcétera. Más los sentimientos de indignidad, vergüenza, soledad o culpa, habituales en los que hemos vivido una experiencia así.
Sin embargo, más allá de la vivencia personal, es un asunto que me voy encontrando frecuentemente en terapia. Sea a nivel individual o grupal, no deja de sorprenderme e impactarme lo habitual que resulta. Y los destrozos. Algunas historias me parecen espeluznantes, auténticas vivencias de horror. Y cada vez aparecen de nuevo la indignidad, la vergüenza, el asco, la culpa… En próximos artículos abordaré este tema para aquellos que han sufrido el abuso sexual, darle voz a lo silenciado y, sobre todo, cuestionar esa culpa, esa indignidad, esa vergüenza.
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E. Echeburúa y P. de Corral (2006). Secuelas emocionales en víctimas de abuso sexual en la infancia. Cuad Med Forense; 12(43-44): 75-82.
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