En los últimos artículos vengo reflexionando sobre el egocentrismo. Quiero creer que esta epidemia de egocentrismo va a tener un final. O una transformación. Pero quizás es sólo una parte de mi, muy ilusa, que cree que no es sostenible que se perpetúe el que cada uno esté en su propia canción, con variantes, del yomimeconmigo. Quizás no me lo quiero creer -todavía-. Quizás el cambio no es posible y esto va a ir a peor. Me temo que va a continuar lo que le oí decir al periodista David Fernández en un debate: le llamó “el régimen general de indiferencia“. O R.G.I.
El R.G.I. se da porque no somos capaces de salir de nuestra -aburrida y cargante- cháchara del “yo, yo y yo, porque yo, yo y yo“. Se convierte en una incapacidad para, no solo mostrar interés por los otros, sino ni siquiera verlos. En todo caso, los otros son bastones o muletas que necesitamos para andar. O sea, que tienen un uso instrumental. Pero no les vemos como seres también andantes y sufrientes.
La mayoría no quiere hacer introspección, su mundo interno les da miedo. ¿Por qué? Porque también van a encontrar aspectos desagradables como:
-la envidia. Que tire la primer piedra quien no la haya sentido.
-el odio. Que tire la primer piedra quien no lo haya sentido.
-la rabia. Que tire la primer piedra quien no la haya sentido.
-el miedo. Que tire la primer piedra quien no lo haya sentido.
-el rencor. Que tire la primer piedra quien no lo haya sentido.
-la tristeza. Que tire la primer piedra quien no lo haya sentido.
-la angustia. Que tire la primer piedra quien no la haya sentido.
-la maldad. Que tire la primer piedra quien no la haya sentido.
-la vergüenza. Que tire la primer piedra quien no la haya sentido.
-la culpa. Que tire la primer piedra quien no la haya sentido.
-el dolor. Que tire la primer piedra quien no lo haya sentido.
-el vacío. Que tire la primer piedra quien no lo haya sentido.
-la inseguridad. Que tire la primer piedra quien no la haya sentido.
-etc.
Como no quiere hacer introspección, no quiere oír ni atender todo lo que hay de desagradable en su fuero interno. Así que no se hace cargo. El siguiente paso es, o bien responsabilizar a los de fuera por lo que le ocurre a uno (es que no está por mí… claro, como tú estás tanto por tí) o buscarles para que hagan el trabajo sucio que uno no está dispuesto a hacer: por ejemplo, que me quieran como soy; en lugar de aprender a quererme. Y no que me quieran a su manera, sino a la mía. Claro, faltaría plus. Y en la cantidad que necesito. A la carta.
Como los otros están en su particular odisea, pues va a ser que no van a estar en la disposición que uno puede necesitar. De aquí el salto a los reproches y los conflictos. Falta de todo en nuestras relaciones: escucha interna, escucha externa, comunicación real (no dar por supuesto que), mirarse de verdad y tratarse como personas, no como bastones.