Empatía y egoísmo

La empatía está muy de moda y me parece una propuesta muy sana ante tanto egocentrismo: ponerse en la piel del otro; sin confundirse con él claro está. Al fin y al cabo, no somos tan diferentes y compartimos muchas preocupaciones: sentir que pertenecemos, ser queridos, aceptados. La empatía es una actitud proactiva de comprensión y de compasión. En lugar de juzgar, ayuda saber de dónde viene una persona y cuáles han sido y son sus circunstancias.

Trata a los otros como te gustaría que te trataran, dice el refrán también. Y añadiría: y mejor si se lo haces saber porque si no, quizás no lo aprecian o no se dan cuenta. Palabras y actitudes muy preciosas ambas. Sin embargo, todo tiene un límite. Debe ser que soy poco cristiana. A mí, lo de ofrecer la otra mejilla no me va. Así que me puedo poner en tu piel y tratarte como me gustaría que me trataras. Pero, ¿qué pasa cuando no hay un ejercicio bidireccional? Si yo lo hago, y tú no, algo falla en la relación, ¿no?. Así que hay un momento dado en que en las relaciones aparece el egoísmo.

El egoísmo es inevitable; a no ser que sigas una senda espiritual y quieras trascenderte. Para mí ser egoísta es sano. Una cosa es el egoísmo y la otra el egocentrismo. Este último consiste en la cualidad de pensar que uno es el centro de todo. Cuando actuamos de una manera egoísta a menudo es para protegernos de algo. Por algún motivo, nos anteponemos a otros. Anteponerse no es lo mismo que (pretender) ser el centro de todo. Lo utilizamos azuzados por un instinto de protección o de supervivencia. Así que, aunque tiene muy mala prensa, para mí es necesario para poner(se) límites. A mí no me interesan las relaciones en las que siento que doy y recibo poco. No estoy de acuerdo en que si das recibirás. A veces sí, a veces no. A veces recibo sin haber dado. Así que, no existe una fórmula matemática.

Llega un momento que me pregunto ¿qué estoy haciendo? ¿soy masoquista o qué? Y ¿quiero seguir haciéndolo? Mi parte egoísta aparece aquí y me dice que basta. Así que hace tiempo que decidí que todos aquellos que no me preguntan cómo estoy y/o para los que su tema favorito son ellos mismos, no me interesan especialmente. Puedo tener un buen trato con ellos, pero a la que me doy la vuelta ya no están en mi radar.

Puedo comprender qué les ha llevado a esa actitud. Sin embargo, no me toca a mí hacerme cargo de su periplo vital.

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