Uno de los asuntos que aprendo de otras personas (y también lo detecto en mi) es esta tendencia a acusarnos de todo lo que (nos) ocurre. Recordemos que compartimos este personaje: el juez interno. Este tipo/a se la pasa cuestionándonos -o sea, juzgándonos-. Es esa voz desde la que nos decimos que no es suficiente (nunca lo es), que no nos esforzamos suficiente (nunca lo hacemos), que podríamos haberlo hecho mejor, que si fuéramos de otro modo (asín o asán, como el tal o la cual) nos iría mejor (mira a ellos, qué bien les va todo, y en cambio tú…). Después de esto, nos sacamos un látigo imaginario, y nos autoflagelamos simbólicamente, porque no nos portamos o no lo hacemos bien. Y aunque el látigo y la flagelación no sean reales, no dejan menos huella en el ánimo.
¡Vale ya! Párate y fíjate a qué te lleva creerte las milongas severas del juez. Cómo te afecta anímica y corporalmente. Cómo te presiona: parece como si unas manos, también invisibles, te apretaran el cuello para ahogarte poco a poco. Te quedas sin respiración, sientes ansiedad, te sientes (mejor dicho, te acusas de ser) un fracaso o un perdedor, quizás tienes miedo a que los otros descubran la verdad, que eres un loser o un fraude. Bienvenido al club de los fracasados y los perdedores. No eres el único. Allí estamos unos cuantos. Aunque de hecho, es el Club de Afectados por el Juez Interno.
Una cosa es hacer autocrítica e intentar mejorar y la otra es autoflagelarse. Cojamos distancia de este personaje. El “problema” con esta instancia interna no es individual como podemos creer. Es una especie de epidemia que como el aceite se expande por doquier. Es un problema social o de nuestros tiempos. Parece como que no hay un contexto, un contexto que nos viene dado, que nos agrede o nos encorseta. La culpa por la que no conseguimos ese trabajo es porque no nos esforzamos suficiente; la culpa porque las cosas no nos van bien es porque no nos esforzamos suficiente; porque no hemos seguido los seven steps to get the heaven, porque no le hacemos caso al gurú de turno; la culpa porque no nos quieren es porque no nos esforzamos suficiente o porque tenemos una tara profunda; la culpa por la que no nos ha salido tal cosa es porque no nos esforzamos como debe ser; o porque no nos trabajamos suficientemente bien las creencias limitantes.
Este es el lado pérfido del sistema en el que estamos metidos: nos acaba vendiendo la moto (y la compramos) que si las cosas no nos van bien, no es porque haya una crisis, no es porque haya otros que quizás nos lo pongan difícil, no es porque ciertos gobernantes (nos) estafen, o porque nos bajan los sueldos, o porque alguien se queda las pensiones… ¿hace falta que siga? No, la culpa no es del contexto específico. La culpa es nuestra porque no nos esforzamos lo suficiente.
De este modo, en lugar de dirigir nuestras energías autoflageladoras hacia ciertos (ir)responsables o en agruparnos colectivamente para intentar modificar las cosas, aquí viene la perversidad, cargamos con responsabilidades y asumimos que es porque personalmente no nos esforzamos como ordenan los cánones del pensamiento positivo. También sufrimos las consecuencias de las patrañas que vende este discurso.
Y ojo, no digo que no tengamos margen de maniobra, no digo que en algunos asuntos no tengamos responsabilidades, no digo que intentemos conseguir aquello que nos propongamos, no digo que no nos esforcemos, y tampoco estoy negando que metemos la pata de vez en cuando. Lo que quiero decir es que tengamos en cuenta que seguir el hilo de nuestros deseos o metas personales no significa que nos vaya a salir bien, tampoco que somos unos losers, y especialmente, que entremos a creernos que no hacemos suficiente o no somos suficiente. Y, sobre todo, no nos descontextualicemos del momento histórico. Hay estructuras, organizaciones, sistemas más grandes que nosotros y nuestra voluntad.
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