Muchos de nosotros tenemos la creencia que debemos encontrar una persona con la que compartir nuestra vida. Alguien que nos comprenda, nos de apoyo, nos cuide, nos quiera, etc. Los hay que la encuentran, los hay que no. Los hay que sufren mucho por no encontrarla; o porque la encontraron y ha resultado que no era lo que esperaban.
Lo cierto, y en sentido estricto, esa persona ya existe: y eres tú mismo. ¿Con quién, sino, empezamos y acabamos este videojuego llamado vida?
No deja de ser sintomático que busquemos a otro, allí fuera, en lugar de contar con uno mismo. ¿Por qué ese “yo” con el que pasamos las 24 horas del día no cuenta en la ecuación?.
Lo cierto es que, tanto por experiencia propia como por lo que observo y me cuentan, esa relación con uno mismo es problemática. Esa persona con la que tenemos que pasar cada día de nuestra vida muchas veces nos cae mal o no está a la altura de las circunstancias (según consideramos). Muchas veces, eso que buscamos en otros, no lo encontramos en nosotros: uno no se comprende a sí mismo, no se da apoyo, no se cuida y por supuesto se quiere poco o regulín. En otras ocasiones he escrito sobre este personaje interno, el juez, una voz interna implacable y muy dura, que se pasa el día cuestionando lo que hacemos y dejamos de hacer. Conozco personas que no necesitan enemigos porque ya se tienen a sí mismas diciéndose todo tipo de horripilancias. Se pasan de hípercríticas.
Así que pecamos a menudo de falta de amor propio. Lo que se viene llamando hoy en día “autoestima”.
¿La (supuesta y habitual) solución? Buscar a otro que nos de aquello que nosotros quizás no sabemos darnos. Digo supuesta porque en realidad ese otro también tiene sus carencias. Y, sobre todo, ese otro no es un satélite: ni está pendiente ni gira alrededor de nosotros todo el tiempo.
Así que, visto que estamos condenados a estar con nosotros lo que dure el videojuego Vida, más vale que aprendamos a convertirnos en nuestros mejores amigos. ¿Cómo se hace eso? Mirándonos de otros modos. En algunas tradiciones lo llaman compasión.