Estamos en tiempos de muchos cambios, cambios que no sabemos a donde nos van a llevar. La tecnología, la masificación y la rapidez en todo, nos lleva locos intentando predecir, entender o hacernos un lugar en el mundo. Algunos intentamos tener éxito, triunfar; otros, simplemente, intentamos hacer nuestro trabajo, ganarnos la vida y pagar nuestras facturas. Algunos le meten narrativa maravillosa a lo que hacen y lo que explican suena casi como si hubieran encontrado el Santo Grial.
No hay coraje para decir que en la mayoría de ocasiones, no tenemos ni idea de qué va a ocurrir o simplemente que sobrevivimos y que a menudo hacemos lo que podemos; no lo que nos gustaría. No hay coraje para contar que no nos queda otra que aprender a convivir con la frustración, la decepción o la carencia.
En lugar de eso, huimos hacia delante, buscando y ofreciendo fórmulas infalibles. En mi caso cada vez tengo más preguntas que certezas.
No hacemos tiempo para parar, para replantearnos objetivos o maneras de hacer, para sentirnos a nosotros mismos y a los más cercanos.
A veces me viene la imagen del niño golpeando el aire, intentando dar a la piñata. Esa es la sensación que me da el momento que vivimos: damos palos de ciego en el aire o corremos en una rueda de hamster que lleva a… ¿a dónde era que llevaban las ruedas de hámster?. Ante tal locura cotidiana, vuelvo a sentirme extraña, rara, desentonando.
Me voy de vacaciones, para entrar en un movimiento más lento, para reencontrar y sentir a los que tengo más cerca. Y a mi misma. ¡Buen verano!