Somos socializados en un núcleo familiar. Este núcleo, por su parte, está immerso en una época y sociedad concretas. Así que, además de recibir los mandatos o la narrativa particular de nuestra familia, también empezamos a recibir los mensajes de la sociedad en la que nacemos. Nos indican qué es correcto o qué no lo es, cuál es el comportamiento adecuado que debemos mantener en público o en relación a los otros; incluso se nos va sugiriendo qué es deseable o qué no lo es, o el modo apropiado de pensar… A todo esto viene llamándose el mainstream.
Tanto los mandatos familiares como los sociales nos ponen en contacto con una serie de normas, clichés y estereotipos. Tiene su sentido: ya que vivimos en grupo -el hombre es un animal social- vamos a establecer una serie de pautas para convivir y relacionarnos lo mejor que podamos. Sin embargo, las pautas normalmente son ideales hacia los que podemos tender. Y la cuestión es que a menudo se convierten en una especie de Ley.
También resulta interesante saber que de una sociedad a otra, las pautas son diferentes. Esto lo estudia en profundidad la antropología social y cultural. No en todas partes se entienden ni se construyen los lazos de parentesco del mismo modo, por ejemplo. Así que dependiendo de donde nazcamos, vamos a recibir y a adoptar un tipo de codificación u otra. Y será a través de esas “gafas” que vamos a interpretarlo todo. Ese código impregna incluso los más pequeños detalles. ¿Sabías que hay sociedades que no dan importancia al padre biológico? Y quien realiza la labor de la paternidad es un hermano de la madre.
La socialización nos va a indicar cómo debemos, por ejemplo, comportarnos en el metro.
Nos lo podemos preguntar al revés: ¿qué es lo que sería extraño hacer en el metro? Sería extraño entrar en el vagón y decir “buenos días” al resto de usuarios. Aunque se puede dar, no solemos hablar con las personas de al lado. Ni siquiera saludamos a aquellos que casi cada mañana encontramos en nuestro camino al trabajo. Lo habitual en el metro es un pacto implícito según el cual, cada uno va a lo suyo e ignora a los otros. Llegamos incluso a esas situaciones de intentar evitar al máximo el contacto físico u ocular en las horas punta. También en ese sentido hay unas convenciones sociales sobre el contacto físico entre conocidos y desconocidos.
En seguida nos va a llamar la atención lo que sale de tono: un grupo escolar que irrumpe en el vagón alborozando, alguien que habla solo o grita…
Los mandatos sociales se transmiten tanto en el seno familiar, como en la escuela, por presión social, por medios (de información, películas, anuncios, series, etc.). Es como la escenografía que nos envuelve.
Por presión social me refiero a esas frases que algunas personas nos pueden decir: ¿cuándo nos vas a presentar a tu novia? ¿cuándo nos vas a dar nietos? ¿por qué siempre juegas con muñecas (si eres chico)?
Recuerdo a alguien que me dijo que se había casado porque “ya tocaba”, opinión que mantenía su familia.
Esto entra en desacuerdo con esta creencia que mantenemos sobre la libertad personal. Según esta creencia, somos libres y libres de hacer lo que queramos… con matices, claro. Sin embargo, veremos que esta idea actual que defendemos a capa y espada no deja de ser parte del zeitgeist del momento.
To be continued…
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