Las redes sociales se han vuelto un ruido ensordecedor. Vídeos y fotos de gatitos, perritos y bebés inspirados; opiniones -y discusiones- sobre política; fotos de comidas, lugares o personas con las que uno está; frases inspiradoras de, supuestamente y sin embargo a menudo adjudicadas a referentes; etc.
Aunque personalmente he reducido mis visitas a redes como facebook o instagram, me he retirado de twitter y me falta minuto y medio para retirarme de linkedin, lo cierto es que me gusta entrar porque, en medio del ruido ensordecedor, de vez en cuando descubro pintores, músicos, fotógrafos, servicios, productos… que me encantan. Además, es un modo de mantener cierto contacto con personas a quienes les tengo estima. Y, sobre todo, entro por el contenido de medios o personas concretas. Artículos que me resultan estimulantes; reflexiones de personas más o menos cercanas; y, sobre todo, personas o servicios que muchas veces conozco o no personalmente y que me enriquece lo que comparten.
También sigo personas, productos o servicios que me cuesta más creer (tengo la manía de escuchar antes de decidir algo). No porque ellos no crean en lo que ofrecen. Sino porque proponen cosas como espamear al personal, hacer ofertas, crear servicios online que “te den dinero mientas duermes“, etc. Y no entro en el rollo del positivismo a ultranza porque ya lo he comentado en otras ocasiones. Seguro que a muchos les funciona. Sin embargo, como escribía hace poco Andrés Pérez Ortega (una de las personas que sigo y que no conozco personalmente, que habla sobre marca personal y pone palabras a muchas cosas que a menudo son solo intuiciones hasta que le leo) nos estamos perdiendo en las técnicas más salvajes del capitalismo.
En realidad, si me inundas de correos para vender tu infoproducto o tu infoservicio mientras duermes, me temo que tengo que contarte que tengo varias cuentas de correo y algunas están destinadas a recibir toda esa avalancha. No tengo tiempo ni para los correos que realmente me interesan más. La vida en 3D me reclama la mayor parte del tiempo. Tengo mis propios compromisos por atender, también yo duermo y además no soy una súperconsumidora. Si te haces follower de mi cuenta en Instagram para que me convierta a su vez en tu follower, debes saber que cada vez entro menos. También he aprendido que al final no te interesa quién soy yo realmente, qué necesito o lo que comparto, cosa que puedo entender.
Entiendo que tienes que ganarte la vida. Yo también y sé lo difícil que es a veces. Pero por favor, no me vendas humo y no me trates como a un número para engrosar tu colección de “mira cuántos followers tengo“. Soy una persona y no un kleenex de usar y tirar.