En los últimos artículos “La vida te está dando una señal y otros grandes hit parades” y “Mientras rescataban a los bancos, tú te sentabas en el banquillo de los acusados” he explorado las consecuencias, tanto individuales como sociales, que tienen algunas concepciones actuales. Además, en mi opinión, tienen un tufillo moralista infumable. Son formas nuevas a viejas enseñanzas.
Como he recibido una educación católica, no dejan de recordarme a las cancioncillas ésas de que si eres bueno irás al cielo (recibirás buenas cosas) y si, en cambio, eres malo, irás al infierno.
Creer realmente que uno no está dando lo suficiente de sí o no lo está haciendo suficientemente bien, lleva a un sentimiento de culpa. Y la culpa no viene sola, viene acompañada del castigo. Por eso, si tienes una actitud de “mierda” (no tienes fe), el universo te castiga y hace que no consigas los objetos o sujetos de tus deseos. Porque te lo has buscado y porque lo mereces.
En realidad, no solamente no nos han educado para entender que el hecho de estar vivos conlleva que nos pueda ocurrir de todo en cualquier momento (o sea que no controlamos o controlamos poco y que estamos a merced de algo inefable), sino que tampoco nos han educado para comprender que en ocasiones no vamos a conseguir nuestros propósitos. No sólo porque hay que esforzarse y echarle horas al asunto que sea. Evidentemente sin constancia y tesón, ya puedes ir deseando, que por sí solo no se va a dar.
Además, en otras ocasiones, por mucho que lo intentemos, las cosas no salen como planeamos o simplemente no salen. Puede ser que cometamos errores cuando tomamos decisiones -no tenemos una bola de cristal- o puede ser que haya áreas o asuntos que desconocemos: en ambos casos, pueden afectar el resultado. De nuevo, eso es lo que implica estar vivo: no lo sabemos todo, no tenemos control de todo y cometemos errores.
En lugar de echarnos la culpa por no creer suficientemente en algo, hablemos de lo que sentimos cuando las cosas no se dan acorde a nuestros deseos. Hablemos de la decepción, de la frustración, de la tristeza y dejémonos en paz. Dejemos la culpa a un lado y el supuesto merecimiento de un castigo.
En realidad, el estar vivo implica que uno intenta dar lo mejor de sí, se esfuerza cada día, incluso cuando no tiene ganas. A veces le salen las cosas que se propone, a veces no. A veces comete errores por ignorancia o por desidia. Otras aparece y nos ocurre el azar y lo cambia todo. El azar, eso que tampoco controlamos.
Imagen de Pixabay