Uno de los mitos que discurren entre nosotros es que un día estaremos preparados para pasar a la acción. Pero, mientras ese día llega, ¿qué hacemos? En muchos casos, nada más que esperar. En otros, creemos que antes de llevar algo a cabo que nos proponemos, tenemos que prepararnos o bien acumular una serie de conocimientos.
Lo paradójico es que para conseguir nuestros propósitos, los que sean, hay que mojarse y tirarse a la piscina.
Muchas veces creemos que un día tendremos la suficiente autoestima y/o habremos superado la vergüenza y entonces, solo entonces, empezaremos a hacer aquellas cosas que deseamos: crear un contenido audiovisual para hacer circular en nuestras redes; decir ciertas cosas a ciertas personas; tomar la iniciativa en asuntos amorosos; y un largo etcétera.
Mi experiencia es que hay que hacer justo lo contrario: ponerse primero en camino.
Por ejemplo, aunque me de mucho corte, ponerme delante de la cámara y preparar ese vídeo para ese negocio que estoy empezando. O dar esa charla ante público por mucha vergüenza que me coja.
Si alguien me gusta, acercarme y decírselo.
Es bastante habitual esperar que sea el otro el que tome la iniciativa después de darle no sé qué señales. Y quejarse porque no lo hace.
O si tengo algo pendiente con alguien, decírselo. No hacerme el raro, quedarme en silencio, desaparecer del mapa u otras actitudes para que “note” que me pasa algo y sea ese otro el que se acerque a preguntarme qué me ocurre.
Me encuentro a menudo la queja en terapia del tipo “es que mi pareja no se acerca a mi” o “es que mi padre/madre no me dice/n que me quiere/n”.
Bueno, es muy cómodo esperar que sean los otros los que nos den lo que queremos o necesitamos. Desde esa postura parece que esperamos que lo adivinen.
No podemos esperar que ocurran las cosas si no ponemos de nuestra parte.
Detrás de eso, lo que hay es miedo a mostrarse vulnerable al mostrar nuestra necesidad o deseo; y a tener que lidiar con un posible no a nuestra petición. Porque eso es algo que puede ocurrir.
Quizás ocurra que una vez colgado ese vídeo, tampoco haya tanta gente que lo mire. O que a esa charla vengan menos personas de las que imaginabas. Lo importante es que no te vas a morir de eso. Sin embargo, te puedes morir sin haber dicho o expresado.
En cambio, hacerlo -sea cual sea el resultado- es un pasito más a la conquista de esa autoestima o de quitarle peso a la vergüenza.