Desde hace un tiempo, voy leyendo artículos, incluso libros, escucho conferencias, etcétera, sobre el asunto de cómo cambiar la docencia para atraer la atención de nuestros alumnos. Me interesa porque soy docente en el ámbito privado y me encuentro en esta tesitura. Cómo captar la atención de unos jóvenes sobre asignaturas que a priori les parecen aburridas; como las ciencias sociales o la gestión del diseño que son las que doy.
Los artículos más científicos nos cuentan que hay que conseguir que ciertas partes del cerebro donde reside la atención, el interés, se conecten y descarguen dopamina, el neurotransmisor más famoso en los últimos tiempos, de todos los neurotransmisores del cerebro, dado que se relaciona con el placer.
Empecemos no perdiendo de vista que estamos en una sociedad hedonista con tendencia a resolver los ”problemas” comprándose unas bambas nuevas o tomándose pastillas.
Otros comentan que hay que adaptar el currículum escolar a los intereses del alumnado para acercarlos a la asignatura equis. Y despertar esa motivación, interés y la dopamina. Parece que tratemos a los otros como el target de mercado de turno.
En mi época de estudiante a tiempo completo, creo que los profesores se hubieran echado a reír si alguien hubiera dicho que había que adaptar el programa curricular a las motivaciones de los alumnos. Eran tiempos en que era el alumno quien se tenía que adaptar. Nos teníamos que poner nosotros las pilas, porque los profesores ya las llevaban puestas. Si perdíamos la atención y/o el interés, ¿de quién era el problema? Nuestro. Aunque el profesor de turno no fuera un buen comunicador.
Quizás tenemos que cambiar de chip en algunos aspectos. Aunque tengo mis peros.
Últimamente también hay la corriente que dice que los sapiens aprendemos a través del juego. De modo que hay que ludificar la experiencia de aprendizaje. Se llama gamificación y sus defensores querrían implementarlo tanto en la escuela, como en el ámbito laboral, etc. Todo tiene que ser una experiencia, un recuerdo memorable. ¿Pasa algo si no lo es?
Lo que me acaba ocurriendo con todas estas buenas intenciones es que parece que, en lugar de intentar transmitir ciertos conocimientos, tengamos que hacer de la clase (y no solo) una especie de dragonkhan muy chulo y molón. Me temo que estamos demasiado influenciados por el concepto de showbusiness.
No sé de todos los que hablan del asunto, cuántos dan realmente clases o no.
Lo que me ocurre con todo esto es lo mismo que con la psicología positiva u otras corrientes de opinión sobre cómo tienen que ser las cosas. Hay un momento que me chirría.
Además creo que hay limitaciones. Ser el sherpa de una clase implica encontrarse con un grupo de chicos y chicas entre los que hay de todo: los que están interesados y súper motivados (2-3), un grosso que está más o menos interesado o puede estarlo, y otros que están ahí como podrían estar en otro lado. Luego entran las predilecciones e intereses personales de cada uno. Detestaba las clases de química, en cambio me encantaba la de literatura.
Por otro lado, hay una dinámica psicológica individual que se pone en juego en el encuentro con los otros. Están las actitudes introvertidas y las extravertidas. Y eso acaba dando en algo de lo que casi nadie trata: las dinámicas de grupo. No leo demasiados artículos sobre las dinámicas de grupo más allá del manido ”se trata de motivar a las personas”, aunque no explican cómo. Se puede hacer aún más complicado, y de hecho se hace, porque luego están los alumnos diagnosticados y medicados por algún trastorno o condición: de ansiedad, bipolar, tdah, depresión, asperger… Y la dopamina ¿en estos casos cómo funciona?
A mis alumnos, futuros diseñadores, les hablo de la dopamina y les planteo la pregunta que yo me hago, y que no tengo resuelta: ¿cómo lo vais a hacer para captar la atención de una sociedad híperestimulada visualmente, hiperactiva y con déficit de atención? Alguno responde: por Instagram. Y entonces les digo que se imaginen un lugar grande, un estadio, donde cabe muchísima gente y que se imaginen a esa gente dando saltos a la vez para captar la atención de alguien en medio del campo de juego. Bueno, mejor que se imaginen 100 estadios. Se le suma que muchos de nosotros podemos ser comunicadores (youtubers, influencers, etc). De modo que hay una masificación impresionante. Eso son las redes sociales. Les insisto, ¿cómo lo van a hacer para captar la atención de alguien que en un solo día recibe choporrocientos mil inputs visuales? Ya ni te hablo del contenido.
Creo que entonces empiezan a ver que es más complicado de lo que imaginaban.
Por otro lado, hay otro aspecto que tampoco me parece que se tenga en cuenta: la relación a largo plazo. En cualquier relación a largo plazo (nueve meses quizás no es un plazo largo. Pero sí, medio plazo) hay unas fases. El inicio (la ilusión, el interés) es único y dura relativamente poco. El interés se puede mantener más o menos tiempo. Conocer a alguien y tomarse las medidas mútuamente lleva tiempo. Y probablemente es inevitable decepcionarse en algunos aspectos. O del todo. ¿Qué tal la gamificación allí? Sea como sea, me parece difícil mantener la emoción, la excitación en relaciones a largo plazo. Bueno, a no ser que te digan que tienen un amante o que se separan de ti. Ah pero no era esa la emoción de la que hablan…
Quizás soy la única tonta a la que le parecen difíciles las relaciones, sean a corto o a largo plazo, sean personales o profesionales. Así que al próximo que me hable de dopamina y motivación, le preguntaré qué tal las de su pareja, hijos, amigos o compañeros de trabajo.
No sé la dopamina, pero la tontería campa a sus anchas. Y el esfuerzo, la tenacidad y el aburrimiento son los relegados del lugar.