What if…?
La situación mundial a raíz del coronavirus parece digna de un episodio de Black Mirror. Reconozco que tengo pasión por las distopías y sus planteamientos desde los que imaginan “¿qué pasaría si…?“. Pero ahora no es producto de la imaginación. Ahora es realidad.
Estos días seguro que os habrá llegado laTed Talk de 2015 de Bill Gates (el señor de Microsoft) donde predecía, que no sería una debacle nuclear la que nos pondría en jaque, sino un virus. En ella también comentaba que no estaríamos preparados para lidiar con el virus. Y aquí estamos: todavía encajando la situación de confinamiento, que se va alargando. Y, probablemente encajando que no siempre estamos preparados, que no lo sabemos todo y que algo minúsculo, que no vemos a simple vista, nos cambió la rutina en menos de 24 horas. Un virus nos da un baño de humildad. No solo pone en jaque nuestra salud o nuestra economía. También pone contra la pared esa idea loca que tenemos las cosas bajo control.
Las campanas del COVID-19 ya empezaron a sonar en diciembre de 2019. Desde entonces ha sonado de fondo constantemente. Reconozco que durante mucho tiempo para mí era otra de esas noticias alarmistas y melodramáticas de los medios. Sin embargo, se ha convertido en una realidad alarmante y dramática. Por la crisis sanitaria y por la crisis económica que le acompaña. Que además es mundial.
Ahora por lo menos estaremos 1 mes confinados. Viendo lo que ha ocurrido en WuHan (llevan ya dos meses) y en Italia, no me extrañaría que esto se alargara. Tampoco me extrañaría que una vez volvamos a la normalidad, todavía tengamos que mantener ciertas distancias sociales.
La hiperactividad telemática
Los primeros días fueron abrumadores: las noticias monotemáticas, las comparecencias presidenciales, las llamadas, los guatsaps y los grupos de guatsap, los emails, las redes sociales, las videoconferencias, los memes, los vídeos, los chistes… También la reacción social. La cultura en sus diversas variantes, creadores y empresas, abriendo contenidos por un tiempo, así como empresas y marcas ofreciendo sus servicios por un tiempo. Conciertos, lecturas, vídeos con tips por Instagram, cantos y bailes desde el balcón, etcétera. Todo destinado a hacer más llevadero el confinamiento, sea solo o en compañía.
Este desbordamiento social me dio de pensar en varios sentidos. Primero pone en evidencia que somos seres sociales y necesitamos el contacto con los otros, especialmente en situaciones complicadas. El grupo como un lugar de consuelo, donde reconfortarse. Sin embargo, la actual situación hace desaparecer o, mejor dicho, hace alejar al grupo. ¿Cómo hubiese sido esta situación hace 20 años, cuando no había internet? Solo teléfono, radio y televisión. Solo nos escucharíamos. ¿Solo? Me hace recordar la película distópica Senses, en la que por un virus, los humanos van perdiendo los sentidos, uno a uno.
Es cierto que algunas personas están confinadas con sus familiares. Y la convivencia no es fácil. Una cosa es verse 2 ó 3 horas al día y la otra verse 16 (descuento las horas de sueño). ¿Cómo manejar ese careo? Algunos abogados saben que en septiembre tendrán más trabajo porque las parejas vuelven de las vacaciones que han pasado juntos y que les han separado.
Por último, el desbordamiento. Esta palabra significa: algo que sale por sobre de sus límites o bordes. Tiene otros sinónimos interesantes: rebosar, rebasar, sobrepasar, exceder, exaltarse… En un programa de radio de humor, hace una semana, ponían el fragmento de un vídeo de Instagram en el que se oía a un chico compartir sus sensaciones ante la avalancha de talleres, cursos, libros, etc, que pasaban a compartirse de manera gratuita. Decía algo así (son mis palabras): “Pero, pero… pero ¿qué es todo esto? ¿Qué estáis haciendo?”. Y venía a decir que estábamos quemando todos los cartuchos solo empezar la cuarentena.
Más allá del humor, por deformación personal, me abrumó ese desbordamiento social, todo el ruido telemático. Hasta el punto, que me he dosificado el acceso a las noticias, a los mensajes, a las llamadas, a las redes sociales. Necesito concentrarme para trabajar y las micro-interrupciones me acaban despistando o paralizando.
La reacción de hiperactividad social ante la noticia del confinamiento me hace reflexionar sobre lo poco que estamos acostumbrados a pasar tiempo con nosotros mismos, en silencio o sin hacer nada productivo (teletrabajar o cocinar). Incluso pasar tiempo con nosotros mismos en compañía de otros que estén también consigo mismos o con sus quehaceres. Aunque curiosamente, luego pagamos para hacer un retiro de silencio o de meditación.
Así que me parece que la situación pone de relieve el miedo a la soledad. El lenguaje no es neutro. La temible soledad no es otra cosa que el encuentro con uno mismo. Decimos estoy solo y no estoy conmigo. ¿Qué es lo que da tanto miedo ante la perspectiva de escuchar la propia voz? O, mejor dicho, las voces. Porque siempre hay varios aspectos de nosotros parloteando y debatiendo a la vez.
Es una coyuntura excepcional para poder parar (otra de las cosas que dan miedo) y hacerse preguntas o reflexionar; sosteniendo que quizás uno no obtendrá respuesta al minuto 1. Por ejemplo, podemos pensar en un modelo económico alternativo. Recomiendo la lectura del libro de Tim Jackson “Prosperidad sin crecimiento. Economía para un planeta finito” que estoy volviendo a leer. O, ¿cómo quiero vivir a partir de ahora? Me estoy haciendo esta pregunta porque, a mi modo de ver, el covid-19 está dando un vuelco a supuestas seguridades y certidumbres. Quizás me equivoco y no es para tanto. No lo sé. Estoy de acuerdo con Niño Becerra que la crisis económica nos va a empobrecer. Así que me he puesto a preguntarme cómo quiero vivir a partir de ahora. Todavía no tengo respuestas.