Mito del amor romántico nº1: la media naranja

Vamos a desgranar el primero de los mitos del amor romántico (A.R.): el mito de la media naranja. Para ello empecemos con un hecho histórico. Hasta hace relativamente poco tiempo, nuestros predecesores no se casaban en nombre del amor. Lo frecuente era que dos familias acordaran casar a dos de sus hijos; y estos poco o nada tenían que decir al respecto. Nuestros ancestros vivían en sociedades autoritarias, en que lo habitual era que un hombre (padre, hermano mayor) tuviera la palabra. O bien algún otro adulto. El acuerdo entre familias implicaba una negociación donde se hablaba de dotes, bienes, etc. Para las mujeres casarse, en principio, era la manera de sobrevivir. Para los hombres, la manera de perpetuar su apellido. Un matrimonio de conveniencia. Según la clase social, se juntaban patrimonios, estatus, etc.

Esta gestión del amor y del matrimonio nos parece, en nuestras sociedades de tipo individualista y democrático, algo poco menos que horripilante. Imagino que también a muchas de las personas que vivieron estas situaciones les debió parecer una experiencia horripilante. Casarse con desconocidos, con los que habitualmente había grandes diferencias de edad, lanzados a una sexualidad más brutalista enfocada a la pura procreación, donde al placer de la mujer no se le esperaba, la ternura debía ser una palabra del diccionario, el cuerpo concebido como fuente de pecado y en relaciones en que la única voz posible era la del hombre. Master and commander. Nuestros antepasados tuvieron que lidiar con estas realidades y en condiciones de vida muy distintas a las nuestras.

Creo que el dolor es un fuerte motor de transformación. Es lo que hace que los humanos busquemos soluciones, inventos. Genera cambios y nuevos tipos de relaciones: hemos pasado de relaciones jerárquicas a unas más igualitarias. Venimos de siglos de autoritarismo y recién estamos explorando qué es eso de vivir relaciones más democráticas. Estamos en la infancia del asunto.

Así que hemos pasado de relaciones por acuerdo a relaciones que se establecen en nombre del amor.    

El mito de la media naranja implica que hay una persona especial en el planeta Tierra con la que estamos destinados a pasar el resto de nuestros días. The only one, como dicen en las canciones. Alguien con quien encajamos perfectamente. Es uno y solo uno. Este hecho ya nos debería parecer sospechoso por lo menos. Nos podríamos preguntar: ¿por qué uno y solo uno en un planeta habitado por más de siete mil millones de habitantes? El proceso de selección se complica, ¿no? Con lo cual, no nos engañemos, acabará siendo alguien de proximidad.

Según el mito, esa persona especial está destinada (¿escrita en algún registro universal?) y la reconoceremos a primera vista, porque somos unos linces y tenemos muy buen ojo. Si fuera verdad que está tan destinada, podríamos sentarnos tranquilamente a ver el paisaje mientras esperamos su llegada tomando un daikiri. Imagino que en el fondo sabemos que no es tan así. Porque hacemos cosas para conocer a personas: salir de fiesta, ir a encuentros sociales, o en la actualidad, registrarnos en una aplicación de contactos.

El otro aspecto es que confiamos demasiado en esa primera vista. Los sapiens sacamos conclusiones (no siempre acertadas) a partir de la información que las personas transmiten. De manera consciente o no, siempre transmitimos mensajes sobre quienes somos (o sobre quién queremos parecer que somos). Por eso hay personas que nos resultan frías y en cambio otras cálidas. Unas nos invitan a alejarnos; otras a acercarnos. Así que nos guiamos por su aspecto, sus gestos, tonos de voz, etc. Los sociólogos le llaman gestión de impresiones. En realidad, lo que ocurre es que no tenemos ni idea de quién es est@ desconocid@ que tenemos delante e intentamos rebajar la tensión que nos causa lo desconocido fijándonos en la comunicación no verbal que es@ otr@ nos brinda para intentar leerle. Y hay gente muy buena “engañando”, causando una muy buena impresión inicial. Aquí se pone en juego otro básico de nuestra especie: la búsqueda de reconocimiento, de amor y de pertenencia. Así que trataremos a priori (y en general) dar una buena impresión o llamar la atención de un modo lo más positivo posible. Queremos ser incluidos, quedar bien, que piensen lo mejor de nosotros.

El tiempo es en realidad la mejor herramienta para conocer a los otros. Así que con el tiempo y las circunstancias conoceremos las mejores caras de las personas con las que nos relacionamos más frecuentemente. Y también las peores caras: sus miedos, inseguridades, inquietudes o egoísmos.

El punto de vista romántico no humaniza a las personas. Las envuelve en una atmósfera casi divina o mítica. El otro es alguien especial, puesto en un pedestal. Alguien que finalmente me entenderá, me comprenderá, me verá y me dará todo lo que necesito. Personalmente, no tengo muy claro qué significa especial. Pero sí sé que nunca me he sentido 100% comprendida y tampoco comprendo totalmente.       

El mito incluye que ese alguien nos completará y nosotros le completaremos. En los cuentos, se formula con aquella mítica frase de “y fueron felices y comieron perdices”. Pero cualquiera que lleve ya unas cuantas décadas de vivencias a cuestas, sabe que la felicidad es acuosa y perecedera.

En esa idea de la complementariedad, lo que parece que sutilmente está de fondo es que nos vivimos inacabados o, incluso, fallados. Los sapiens, como especie, compartimos la sensación en nuestro fuero interno que algo o alguien nos falta. Es la sensación de un hueco o recoveco. Genera una incomodidad vital que nos moviliza a una búsqueda hacia fuera. Buscamos algo o alguien que nos llene. La ilustradora Anna Llenas tiene un precioso cuento “El vacío” que explora precisamente esta sensación de lo que falta. 

El vacío, de Anna Llenas

Lo que ocurre en realidad es que (casi) nunca nada o nadie es suficiente. En realidad, es con esta insatisfacción o sensación de estar incompletos con lo que deberíamos aprender a vivir. Si nos fijamos en la historia de la humanidad, hemos buscado fórmulas que nos llenen o den sentido. El arte, la religión o prácticas como la meditación o la psicoterapia serían algunos ejemplos. Productos generados para darnos un poco de paz interior y convivir con lo imperfecto, lo complicado, lo difícil. Y las personas somos imperfectas, complicadas, difíciles.

Finalmente, el mito de la media naranja es fuente de gran dolor para muchas personas cuando no encuentran a esa media naranja idealizada. O viven a disgusto al lado de lo que parece más bien medio limón o media sandía.

To be continued.

Ilustración: Eulalia París

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