Mito del amor romántico nº 6: el amor lo puede todo

Los humanos necesitamos creer en algo o en alguien/es. En general, necesitamos un orden, unas pautas prácticas que sirvan de orientación no solo para vivir sino también para darle sentido a eso de vivir.

De modo que cada generación o cada época desarrolla una serie de creencias que comparten aquellos que les ha tocado vivir aquel momento de la historia. Esta carpeta compartida (como me gusta llamarle) de creencias más o menos comunes es lo que hace que en determinados momentos históricos ocurran determinadas acciones que a las generaciones posteriores les pueden parecer tremendas o incomprensibles.

Por ejemplo, durante la Edad Media, la noción de Dios lo bañaba todo. En nombre de Dios se llevaron a cabo Guerras Santas (aunque probablemente había más intereses detrás) o se creó una institución como la Inquisición para perseguir herejes, poseídos o brujas a los que se llegaba a quemar vivos. Las personas que vivieron aquellos tiempos creían en el diablo, los ángeles, el pecado, las posesiones, las brujas, etc., del mismo modo que ahora podemos creer en la Ciencia: casi sin cuestionarlo.

Este ideario religioso colectivo actualmente nos puede parecer extraño. Sobre todo, si no se es creyente. Probablemente ahora nos preguntaríamos horrorizados algo así: ¿cómo puede alguien torturar, quemar o pasar por la espada a otro simplemente porque no cree en el mismo Dios que yo sí? Si a alguien de aquella época se le hubiese ocurrido decir en voz alta algo parecido, nos podemos imaginar dónde hubiese acabado.

En lo que se refiere al amor romántico, una idea actual compartida es la de que el Amor lo puede todo. Puede superar cualquier obstáculo o adversidad siempre y cuando sea un amor verdadero. Muchas películas nos cuentan tramas en las que se nos muestran historias épicas de amores que superan los obstáculos y adversidades más terribles. Por cierto, muchas de ellas son ficciones escritas por guionistas. Alguna se base en hechos reales.

El problema es la épica; y la música de Ennio Morricone, John Williams u otro clásico compositor de música para cine.

La noción de amor verdadero y la épica parecen implicar esencialmente incondicionalidad: estaré ahí a tu lado para lo que necesites, cuando me necesites, pase lo que pase. En la pobreza y en la enfermedad. Las intenciones son buenas, pero muchas relaciones no sobreviven ni a la pobreza ni a la enfermedad. Las intenciones se queda por el camino. Porque el amor no lo puede todo.

Para empezar, que alguien quiera mucho a otro (incondicionalmente) no va a hacer que este otro lo ame del mismo modo, con la misma moneda. O que tenga la misma predisposición.

Como acostumbra a ocurrir, una cosa es el mundo de las ideas y la otra la práctica de esas ideas. Por muy bonito que pueda ser lo épico y la incondicionalidad, lo cierto es que las personas sí venimos con nuestras condiciones. Serán más o menos conscientes, pero las tenemos y actúan en la práctica de amar y ser amado. Que alguien ame a otro no es gratuito: viene con un “esfuerzo” detrás.

Además, muchas veces se ignora las consecuencias de convivir a diario y cómo se enfocan las complicaciones que pueden llegar de todo tipo. Éstas pueden ser un nido de desencuentros, reproches, decepciones…

El otro problema es que, además de la incondicionalidad y la épica, el amor verdadero incluye que sea fácil o que fluya.
Cualquiera que haya estado en una relación amorosa (no necesariamente de pareja), sabe que hay un proceso: conocer a otro es un proceso. Pero además las personas tenemos la ¿irritante? costumbre de editarnos: cuando dos personas empiezan a conocerse muestran sus mejores galas.

Al cabo de unos años de experiencia en el planeta Tierra, un@ puede al menos intuir que hay una distancia entre lo que decimos y mostramos y lo que hacemos. Añadámosle que somos contradictorios.

Con el paso del tiempo y el trato las mejores galas se deslucen. Es aquello de que la confianza da asco. Quizás al principio teníamos toda la paciencia del mundo; pero aquello por lo que éramos pacientes inicialmente, puede volverse el detonante de la impaciencia y las discusiones al cabo solo de unos meses.

Así que, en contra de lo que se nos dice, el amor verdadero ni es fácil ni fluye. Este punto está reforzado porque existe la idea loca de que un@ va a mirar al otr@ y, solo con cruzar miradas, ya sabrá qué está pensando su compañer@ gracias a un nivel avanzado de telepatía que no requiere de más comunicación.

Amar implica aceptar los pequeños y grandes defectos del sujeto de nuestro amor. Sus contradicciones, sus ángulos ciegos, incluso su ceguera total. Se trata de amar lo imperfecto. La cuestión es ¿estoy dispuesto a eso? Si sí, ¿en qué condiciones? ¿Cuáles son mis expectativas? ¿Y conozco las de mi otr@ amad@? Responder estas preguntas u otras requiere de comunicación.

To be continued…

Imágenes de pixabay.

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