Se abre el telón y, a través de distintas casuísticas y en contextos variados, nos cuentan la misma historia: chic@ conoce a chic@, se enamoran, alguna situación tensiona la relación, pero amb@s finalmente son capaces de superarlo y se prometen amor eterno. Fin, lágrimas de emoción y títulos de crédito.
Siempre digo que Hollywood ha hecho mucho daño contando el amor desde esta perspectiva cortoplacista. Casi nunca vemos películas en donde la relación evolucione, pase por otros momentos de tensión y nos retraten cómo repercute eso en la pareja. No solo esto, sino que se da a entender que a primera vista lo vamos a tener claro. Como si fuéramos unos linces en esto de juzgar los caracteres o las intenciones de l@s otr@s solo con que aparezcan ante nuestros ojos.
¿Lo somos? En la época en que el movimiento terrorista ETA estaba operativo, era un habitual de los noticiarios escuchar que la policía había detenido a una célula terrorista. Era igualmente habitual las muestras de sorpresa de los vecinos de los detenidos: “no lo hubiese dicho nunca. Parecían buenas personas. Eran muy educados”.
Olvidamos que las interacciones sociales están altamente codificadas, siguen unos protocolos e intervienen una serie de normas sociales implícitas y explícitas. Y en general van en la línea de mostrar la mejor versión de uno mismo. Sin embargo, por algo se dice que las apariencias engañan. Y parece que cada uno tiene su propia agenda.
Hay un refrán en catalán que recoge la sabiduría popular: la roba bruta es renta a casa. La ropa sucia se limpia en casa. Imaginemos que viviéramos en un contexto sociocultural donde la norma fuera decir todo lo que pensamos o sentimos sin filtros. ¿Dónde quedaría el enamoramiento? Así que nos autoeditamos para presentar nuestra mejor cara o disimular ciertas taras de carácter para ser socialmente aceptados en las interacciones sociales.

Habitualmente, lo que ocurre a primera vista no es una sagacidad especial según la cual con solo mirarle ya sabemos que estamos ante LA persona; sino más bien que sentimos atracción por otr@.
Si desgranamos qué es lo que nos gusta de una persona a la que acabamos de conocer, nos encontraremos con una realidad: que no le conocemos. Así que diremos una serie de cualidades más intuidas, imaginadas o deseadas que reales. Por ejemplo, algo que he oído a menudo: “es que me entiende tanto”. Al inicio de la relación hay un movimiento de apertura hacia el otro, un esfuerzo por conocerle, por saber qué piensa, qué siente; por lo tanto, por entenderle. Eso no implica que lo comprenda. ¿Pero cuánto te va a entender en 10 años? O en 2.
Así que sentir atracción por alguien no quiere decir que vaya a ser el padre o la madre de mis hijos. Confundimos amor y deseo. Y no son lo mismo. Agradezcamos a los guionistas tanta confusión. Lo han hecho muy bien y les hemos comprado el storytelling del flechazo.
El enamoramiento en todo caso es una fase inicial de una relación y su duración dependerá: pueden ser 6 meses o algunos años. Al cabo de un tiempo, aquél o aquella que tanto me entendía al inicio, parece dejar de hacerlo. Siempre habrá actitudes o rasgos de carácter que se van a escapar de cualquier comprensión o entendimiento. Dentro de diez años, habrá cosas de mi compañer@ que continuaré sin entenderlas o comprenderlas; o que me irritarán. Será mutuo, además. Sin embargo, continuaré a su lado. Y aquí es donde entra el amor.
Porque el amor (que no el enamoramiento) precisamente va de amar la imperfección, de aprender a convivir con las rarezas del otr@. Y no solo en las relaciones de pareja, aunque el amor haya sido monopolizado y reducido a la pareja, como si fuera el único amor realmente valioso y verdadero. Los otros amores (hacia familiares o amistades) o sus grados (simpatía, afecto, estima) son de segunda clase. Quizás por eso, aquellos que no encuentran su media naranja, sienten un vacío. E incluso una indignidad, como si estuvieran fallados.
Imágenes de pixabay.
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