Si seguimos la trama del Manual del A.R., cuando conocemos a nuestra media naranja, l@ reconocemos a primera vista gracias a nuestro ojo de lince y nos decimos aquello de “¡es él/la!”: la persona para toda la vida. Según el guión, el entendimiento será fluido, flotante y telepático. El lenguaje, esa habilidad humana que hemos desarrollado para entendernos con el resto del mundo, no la necesitaremos con nuestro amor.
Como las cosas irán tan bien, nos iremos a vivir juntos, nos casaremos, tendremos hijos y seremos felices comiendo perdices. Nos querremos para toda la vida. Y el sexo será igual que al principio. Genial. ¿Qué podría salir mal?
Sin embargo, ¿qué significa para toda la vida? ¿Cuántos años son? ¿50? ¿Quién ha vivido 50 años seguidos de felicidad permanente? A ver, reconócelo, ¿cuántos años seguidos has vivido tú permanentemente en un estado de felicidad culminante?
Bueno, a veces ocurren otros órdenes y a una velocidad de crucero. Por ejemplo, en el furor de los primeros tiempos, nos quedamos embarazados y luego nos vamos a vivir juntos. O los tres casi simultáneamente (embarazo + boda + convivencia). O él saldrá corriendo en cuanto sepa que estás esperando un bebé. O, al contrario, le hará mucha ilusión, pero en cambio tú te plantearás abortar porque… por los motivos que sean.
Más allá de las tramas paralelas que se desvían de la principal, y más allá de que podríamos cuestionarnos qué tan buenos somos en cuanto a reconocer a los otros a primera vista, la cuestión es que tenemos la convicción que en una relación romántica se aúnan el amor, la convivencia (con o sin trámites, con o sin hipotecas), la estabilidad, el deseo y la sexualidad. Con o sin descendencia. Si es con, habrá que añadir el tema de la paternidad y la educación de los hijos. Y parece que lo único que va a cambiar en toda esta ecuación es que poco a poco nos aparecerán arrugas y canas.

Sin embargo, ¿acaso es así? Para empezar con un@ mism@. ¿Soy la misma persona que era hace 20 años? En algunos aspectos sí, en muchos otros no. Como he escrito en otro artículo, algunos de los asuntos con los que tenemos que lidiar, a medida que pasan los años, son la frustración y la decepción.
Reconócelo: de joven tenías unas expectativas sobre cómo sería tu vida personal, laboral, social, económica, etc. Quizás te veías viajando por el planeta. Quizás dirigiendo una empresa. Quizás creías que formarías una bonita familia. Fuera el sueño que fuese, parecía que tenía que ser fácil.
Lo importante de soñar es reconocer que quizás no saldrá como te gustaría. De hecho, lo más probable es que no saldrá como deseas. Pero además hay una evolución personal y lo que era importante hace 20 años o más, 20 años más tarde ya no lo es, o no tanto, y hay otros temas o metas que te van a ocupar.
Así que del mismo modo que hay una evolución personal, también la otra persona (el-amor-de-mi-vida) evoluciona. Le ocurren… le ocurre la Vida, en mayúsculas. Y esta viene cargada de oportunidades y brutalidades a partes iguales. La vida se parece bastante a una panda de elefantes entrando en una tienda de porcelana. ¿Quién dijo que iba a ser fácil? Y la vida y sus secuelas nos lleva a cambios de perspectiva, de valores, etc. Un día llegamos a ese punto en que alguno de los dos, o los dos, nos damos cuenta de que no estamos en la misma página. Esa sensación que algunos han descrito de estar con un@ extrañ@.
La convivencia tampoco es la experiencia balsámica que esperamos. La convivencia con otr@/s implica roces, desavenencias, conflictos. A menudo se convierte en una batalla por querer tener la razón, en el que yo estoy en lo cierto y tú equivocad@. Porque dejas la tapa del wáter subida y todo el mundo sabe que lo correcto es bajar la tapa.
(Por cierto, la tapa del wáter hay que dejarla bajada, además de limpia. Si no, se escapan los malos olores. Y ese utensilio que hay al lado del wáter no es de decoración, es para desincrustar… Ooookkkkk).
En resumen: habrá que lidiar con microconflictos y macroconflictos. Desde algo tan prosaico como la tapa del wáter, a algo mucho más retador como qué va a ocurrir con los hijos si un miembro de la pareja es creyente y quiere que sigan los preceptos de su religión. En cambio, el otro es un ferviente ateo. Por poner solo dos ejemplos.
O sea: habrá que utilizar esa capacidad que desarrollamos para hablar solo con el resto de compañeros de especie (el lenguaje y la comunicación) y entablar negociaciones. Muchas negociaciones. Porque lo de que el amor lo puede todo no es demasiado acertado.
Y cómo nos comunicaremos da para otra entrada, así que en alguna ocasión más adelante lo trataré.
A continuación, te recomiendo algunas películas que abordan la vida en pareja de una forma más realista. Si te apetece rellenar alguna recomendación a la lista, por favor utiliza los comentarios aquí debajo. ¡Mil gracias! 😉
-casi cualquier de Ingmar Bergman. Pero por decir alguna Secretos de un matrimonio
–Otra Mujer de Woody Allen
–La Guerra de los Rose de Danny de Vito
–Regreso a Hope Gap de William Nicholson
–Historia de un matrimonio de Noah Baumbach
Imágenes de Pixabay.
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