En el post anterior, escribí sobre la distancia que, con el paso del tiempo, se cierne entre tus sueños y expectativas de juventud y tu realidad actual, en que, básicamente, tu vida es más complicada de lo que habías imaginado o de lo que te habían contado.
En la película Revolutionary road, los protagonistas están en crisis: como individuos y como pareja. Habían soñado cosas distintas para ellos y sin embargo están “atrapados” haciendo un trabajo que no les gusta (ser ama de casa cuenta como trabajo. Y cuenta como que no guste) y padres de dos niños. ¿En qué momento nos descarriamos, en qué momento nos perdimos?, ¿cómo acabamos aquí y así?, ¿qué ha sido de nuestros sueños?, es lo que parece surgir de fondo.
A veces las películas o las novelas pueden hacer de espejo de vivencias personales. ¿Te has preguntado alguna vez “cómo he acabado aquí y así“?
Es relativamente sencillo de responder: porque hay un trecho entre lo que proyectabas y como ha sido la cosa realmente. Las personas tenemos hasta cierto punto control sobre aquello que emprendemos. Personalmente, a veces miro a la joven que fui y me digo “¡pero qué ingenua que era!”. Sin embargo, ¡dichosa ingenuidad! En las distintas edades del hombre, la ingenuidad es inevitable en algunas etapas. Además ¿cuántas cosas no habrías llevado a cabo si no hubieses pecado de ingenu@?
Así que, de algún modo, en el camino es inevitable que tropieces y te des de bruces. Aunque es paradójico, son los trompones los que te ayudan a aprender. ¿Doloroso? Sí, sí, ciertamente. Si te das un trompazo hay herida, sangre, escozor, etc.
Sin embargo, la sociedad de la distracción, para mitigar esos dolores y dolorcitos, se inventa medicaciones, experiencias, juegos, series o películas para que no tengas que sentir esos dolores, esas frustraciones, esas tristezas. Borra la capacidad de reflexión.

Curiosamente, a pesar de tratar de evitarnos la experiencia dolorosa con toda suerte de distracciones, no lo consigue. De Guatemala a Guatepeor. Se termina por fragmentar la experiencia dolorosa en micro incomodidades, micro angustias, micro miedos, micro frustraciones. Los disgustos y decepciones no desaparecen por arte de magia tipo Harry Potter; siguen estando. Simplemente quedan escondidas detrás de un velo, debajo de la alfombra, en el backstage. Y ocupan espacio. Trabajar, estar en pareja, ser padre… nunca sale como lo habías imaginado, aunque fueses inconsciente de esas imaginaciones. Quizás soñabas que conseguirías un puesto de trabajo exitoso. Encontrarías la pareja que te comprendería. Y formarías una bonita familia. Y te encuentras en un trabajo que no te acaba de satisfacer y con un jefe inepto. Os habéis distanciado con tu pareja. Y los niños dan mucha guerra.
Un espóiler: la cotidianidad no es ni tan glamurosa. La rutina puede llegar a ser un hastío y pesar en la relación con tu compañer@. Por no hablar de las diferencias de opinión. O que te has equivocado de persona. El amor no lo puede todo. Y los niños son una fuente constante de demanda.
Por eso puedes llegar a desarrollar una especie de sentimiento de insatisfacción casi constante.
Los sueños y aspiraciones que pudiste tener de joven son importantes. Sobre todo, para permitirte explorarlos. Es menos importante que no hayan salido como habías imaginado o como deseabas. Hay vida más allá del deseo. Importa intentarlo. No sé tú, en mi caso conozco algunas personas amargadas y estancadas en la queja porque no salió como proyectaron. Y se quedan aquí.
Importa intentarlo. Y lo que más importa es usar la capacidad de reflexión para recalcular la ruta y apreciar lo que sí hay.
Machado lo contó poéticamente
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Imágenes de Pixabay.
Si necesitas recalcular tu ruta, puedo ayudarte. Cuentáme en qué estás encallad@, qué te mantiene frustrad@ o decepcionad@ y lo comentamos.