El mal hijo. La culpa parte 5.

Las relaciones padres – hijos son complejas. Precisamente por su complejidad es una de las mayores fuentes generadoras de culpa. Por ambos lados. Es muy fácil sentir que se es un mal padre o que se es un mal hijo.

Los padres acostumbran a creer que no lo están haciendo suficientemente bien. Más ahora en tiempos de paternidad consciente. De esto ya hablé en un anterior artículo.

Los hijos, una vez crecidos, pueden sentir, o bien que no están a la altura de las expectativas paternas, o simplemente que no pueden fallarles. Y fallar simplemente puede ser decir que no a algo que plantea o pide una de las dos figuras parentales. Creo que a veces confundimos fallar con respeto.

El tema de las expectativas tiene una doble vertiente: pueden ser reales, o pueden ser imaginadas.

A veces los hijos imaginan lo que sus padres esperan de ellos y tratan de cumplirlo. A esto se le llama proyección: en realidad son mis propias expectativas proyectadas en otros. Creo que debo ser una persona impecable. Pero me digo que son mis padres los que esperan de mi que sea impecable. ¿Qué pasará si no lo soy? O resulta que me gustan las personas de mi sexo. Paso parte de mi vida sintiendo que si mis padres se enteran de mi orientación sexual les defraudaré. Así que disimularé. Saldré con personas del otro sexo, aunque no me atraigan. Incluso formalizaré la relación, tendré hijos… a coste de mi felicidad y la de los otros. En realidad, soy yo que no tengo bien encajada mi orientación sexual. Pero lo proyecto en otros.  

El asunto complicado es cuando las expectativas son reales: sean porque se han verbalizado, sean porque han llegado en plan publicidad subliminal. Hay padres que hacen sentir o lo verbalizan, que sus hijos no son suficientes. Es muy posible que, si éste es tu caso, te esfuerces inconscientemente para demostrar a ese padre o madre lo que vales. También es altamente probable que siga sin reconocerte los esfuerzos. Si continuamente sientes que estás fallando sus expectativas, te sentirás mal. Te sentirás culpable por no estar a la altura.

Quizás esperan de ti que sigas la saga familiar a nivel profesional, o que te cases y tengas hijos, o que seas el pianista que ellos no pudieron ser. Pero tú quieres ser profesor, es tu vocación y no llevar la empresa familiar, prefieres una unión de hecho u odias la música. Esas expectativas pesan como una losa.

Los hijos tienden a querer complacer a sus padres. Eso responde a algunos motivos. Para empezar, cuando somos pequeños buscamos sentir que somos importantes para nuestros procreadores. Así que nuestra atención y mirada está fijada en su dirección. Cualquier atisbo (real o imaginado) de lo contrario, va a minar tu posterior confianza. Por ejemplo, si ha sonado a menudo un ¡Quítate de en medio! Me estás molestando.

Cuando somos pequeños, sabemos que sin unos adultos que nos cuiden, tenemos pocas oportunidades de sobrevivir por nosotros mismos. Hay un instinto básico que responde al miedo a ser abandonado, no querido o cualquier variante. Por eso también podemos ser muy sensibles al trato que recibimos de nuestros progenitores. Así que una de las primeras cosas que aprendemos a hacer es a obedecer, aunque sean órdenes estúpidas. Buscamos su beneplácito, nuestra supervivencia. Así que harás lo que sea necesario. Hay hijos que se convierten en perlongaciones de sus padres o de alguno de los dos.

Por último, considero que los sapiens en general sentimos una especie de agradecimiento infinito hacia nuestros padres por habernos dado la vida. Ese agradecimiento, no obstante, toma la forma de deuda. Estamos en deuda con ellos por habernos convocado al planeta Tierra. Por eso, las figuras paternas toman un halo sacramental. Y, por lo tanto, llevarles la contraria en algún aspecto no está bien. ¿Cómo puedes decir que no a alguien que te ha dado la vida? Esta es la fuente de esa culpa.

Parece que necesitamos estar agradecidos por la experiencia misteriosa de la vida. Como los sapiens además necesitamos dar sentido, preferimos agradecer a alguien concreto, como son esos padres, que agradecer esto de la vida al puro azar, al universo o al big bang, que son conceptos más abstractos. Se le suma el aspecto misterioso de la vida, que la convierte también en algo sagrado.  

Así que te costará decir que no o llevar la contraria a tu madre o a tu padre. Querrás cumplir con sus expectativas, aunque eso implique dejarte de lado. Te sentirás mal si te enfadas con uno de los dos; o con los dos. Te sentirás un mal hijo. Aunque tengas motivos. Porque a veces los tienes. Y es que precisamente por esa sacralización con que los bañamos, parecen intocables y, por lo tanto, no pueden ser la diana de nuestras emociones más “indignas”, por así decirlo. Insisto, aunque tengas motivos, porque los papis son humanos y a veces meten la pata. Instagram se llena de fotos de padres y madres ejemplares en los días señalados. ¿Lo han sido? ¿Lo son?

Sin embargo, madurar, hacerte cargo de ti mismo, va a implicar precisamente frustrarles: diciéndoles que no, llevándoles la contraria, estando en desacuerdo. También sintiendo por ellos a veces enojo, tristeza o lo que sea. Porque tienes que tomar tus propias decisiones; porque tienes tus propios deseos u objetivos por cumplir. Es un trabajo de humanización de tus padres, de desacralización, de reconocer sus aspectos positivos y sus aspectos menos positivos.

Reconocer que a veces utilizan el chantaje emocional contigo para conseguir algo con el clásico “Con todo lo que he hecho por ti“. Como si eso fuera moneda de cambio. A veces, incluso, tendrás que reconocer que tienes un padre o una madre que no es buena gente y que lo mejor para tu salud mental es alejarte de él o ella por mucha culpa que se te mueva.

Imágenes de Pixabay.

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