El sentido de la sensibilidad

El homo sapiens es a veces una especie escurridiza en cuanto a lo emocional.

Todo organismo vivo tiende a tener mecanismos regulatorios de sus sistemas. Busca un equilibrio. Se le llama homeostasis. Es aquello que te impulsa a ponerte en acción para saciar tu sed, tu hambre, a respirar, a dormir, etc.

Pero más allá de las necesidades básicas y fisiológicas, también a nivel emocional tratamos de buscar ese equilibrio.

Las emociones son estados, no permanecen, pasan. Cuando aparecen lo hacen porque son resultado de un punto de encuentro entre lo exterior (nuestro entorno, lo que está ocurriendo ahí) y de nuestras capacidades de percepción, de aprendizaje y experiencia. Y, muy importante, de interpretación. Y es que a veces nos montamos películas.

La función de las emociones es adaptativa: nos provocan reacciones psicocorporales con la intención de ponernos en funcionamiento para adaptarnos o responder al contexto. Por eso a veces son incómodas: tú que estabas tan tranquilo y va y conectas con el miedo, la rabia o la tristeza por algún motivo.

Otro asunto es hasta qué punto esos motivos son reales o imaginados. Como decía antes, a veces nos montamos películas. Un ”me está mirando mal” puede ser real o puede ser una percepción distorsionada. Tu jefa, que hoy claramente tiene un mal día, te dice que quiere hablar contigo. Immediatamente empiezas una cháchara interna en la que buscas las razones de esta reunión: ¿será que me va a echar bronca? Seguro que me va a despedir. Después resulta que la jefa solo quería saber cómo va tal proyecto. O te felicita por el trabajo.

Sin darnos cuenta podemos influir en nuestro estado de ánimo según por donde vaya ese discurso interior y los acontecimientos externos.   

Más allá de nuestra parte más animal, el homo sapiens también es fruto de su educación. Es el aspecto cultural. Y es que de un modo inconsciente nos han enseñado maneras de lidiar con las emociones. Con grandes frases de ayer y de hoy: No molestes, siempre estás en medio, deja de llorar o te daré dos buenas razones por hacerlo, los hombres no lloran… 

Cuando somos pequeños, precisamente porque dependemos de unos adultos para nuestra supervivencia (fisiológica y emocional), encajamos sus desaires, humillaciones, órdenes, maltratos -físicos, verbales…- o cualquier abuso de poder, como podemos. Eso produce muchas contradicciones internas difíciles de manejar para una personita de 5 años. 

La psique del niño no puede sostener que sienta hacia sus padres (supuestas fuentes de amor, protección y seguridad), miedo, dolor o rabia. Los más pequeños acaban incorporando una creencia que ellos lo hacen mal, que están fallados… no puede ser que esos dos titanes se equivoquen. Así que el equivocado, el fallo del sistema, soy yo. En lugar de dirigir esa rabia hacia una de las figuras parentales, redirige esa energía hacia sí mismo. Puede llegar a sentir desprecio u odio hacia sí mismo. Por eso quien más quien menos genera un juez interno despiadado y autovigilante. Sí, nos volvemos autovigilantes.  

También uno puede proyectar ese dolor hacia el exterior. Y convertirse en el pequeño abusón de un compañero de clase. O, de adulto, en el jefe maltratador o narcisista. Arno Gruen explica en El extraño que llevamos dentro cómo de difícil es para un niño manejar según qué realidades respecto a las figuras parentales. Habla de la infancia de Hitler y de otros miembros del partido nazi, con padres que eran de todo, menos amorosos. Es desde aquí que explica el posterior desarrollo de los acontecimientos que llevaron a la solución final.

Si para un adulto ya puede ser difícil sostener el dolor, imagínate para un humano pequeño (que no tonto). Los adultos recurrimos a lo que sea con tal de evitar cualquier síntoma de dolor: ansiolíticos, bebidas alcohólicas, drogas, atracones de comida… o mucha actividad. Sobrecargarse de actividades es una muy buena manera de intentar desconectarte de emociones incómodas. Son formas de tratar de buscar ese equilibrio. Aunque a más de uno y una, después de un tiempo de intentar esquivar esas sensaciones corporales desagradables, les sorprende que su cuerpo se rebele y les lleve a ataques de estrés, de ansiedad, de pánico o alguna enfermedad psicosomática.

La cuestión es que ese niño/a se convertirá en un adulto que buscará un equilibrio emocional. ¿Cómo? Pues tratando de evitar emociones incómodas o abrumadoras.

Ya ha llegado un punto en que me parece una enfermedad social esta huida de nuestra sensibilidad. De hecho, la sensibilidad se percibe -socialmente- como una debilidad. ¿Cómo reacciono cuando lo que siento es tristeza? ¿Cómo reacciono cuando siento rabia? ¿Cómo reacciono cuando siento miedo? La rabia y especialmente la tristeza y el miedo son emociones que se interpretan como una muestra de debilidad personal. Incluso generando vergüenza.  

Tanto con la rabia, el miedo o la tristeza podemos empezar discursos del tipo no es para tanto. La cuestión es ¿y si sí lo es? ¿Y si tienes motivos de peso que detonan estos estados emocionales?

Sea como sea, lo que observo como consecuencia directa es la dificultad para ser amable con uno mismo y, en consecuencia, con los de nuestro entorno.

Imágenes de Pixabay.

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